Valle de Aldur

Yace al pie de dos grandes cadenas montañosas, que forman la columna vertebral del continente. Es fértil y verde, cubierto de altos pastos y salpicado aquí y allá de enormes árboles soliarios. En él pastan ciervos caballos salvajes, tan mansos como si fueran ganado. A medida que te internas en el valle tienes la impresión de que los pájaros se agrupan en torno a ti y lo más valientes se posan en tu hombro allí gorgojan y trinan. Tienes la impresión de que el valle es un lugar especial. El mundo exterior se hace más frío con la llegada del invierno, pero aquí parece como si la mano protectora de alguna deidad se extendiera y llenara este lugar de paz, calor y una especie de mágica eterna serenidad.

Ya en el interior del valle pasas junto a tres torres en ruinas que parecen muy antiguas separadas entre sí por bastante distancia. En su estado original debían de haber tenido unos veinte metros de altura, pero han sufrido una importante erosión por el clima y el paso de los innumerables años. La última de las tres tiene el aspecto de haber sido abrasada por un fuego devastador.

Continuando el recorrido te encuentras con un enorme árbol que se alza solitario en medio de una vasta pradera. El árbol da literalmente sombra a acres enteros de terreno. Es único en su especie en todo el mundo y no posee bayas, frutos o semillas de ningún tipo. Brotó el día de la creación del mundo es más que probable que siga ahí hasta que éste desaparezca. Su propósito es el de demostrar la continuidad de la vida.

A unos tres kilómetros del árbol, hay otra torre. es bastante baja y redondeada y está construida en tosca piedra. En la parte superior hay ventanas en forma de arco que dan a las direcciones de los cuatro vientos, pero no parece tener puerta. Finalmente, a no mucha distancia, tan solo restan dos torres más igualmente abandonas