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Otoño
Telurian se encuentra en la estación otoñal, las bajas temperaturas y vientos golpean las ciudades y hacen crecer la humedad del aire mientras los bosques ceden a los vientos y pierden sus ya secas y amarillentas hojas. En el desierto se crean peligrosas tormentas de arena.
Ciudad de Émona
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Ciudad de Émona
Mucha gente, cuando piensa en ciudades esplendorosas, piensa en Risknar, En Valkussáh,o en Crecesol. Pero existen muchas otras ciudades igual o mucho mas bellas aunque menos conocidas; tal es el caso de Émona una ciudad que se halla en la cuenca de un gran rio, mismo que casi cruza el continente.
De noche, el puente de Emon -que lo cruza- tiene una animación prodigiosa: Cuatro filas de carromatos variopintos, con diferentes destinos; calesas, volquetes, carretas, cualquier tipo de carruajes atestan la calzada, los caballos enseñan su magnificencia bajo sus relucientes arneses; las aceras están cubiertas de una muchedumbre apresurada, agitada, silenciosa y resulta, totalmente inútil intentar cruzar de una acera a otra.
Uno puede mirar estupefacto la afluencia de carrozas y ver como lesbia es una ciudad vieja, incluso las cosas nuevas son viejas.
Más allá, una posada de hinchados balcones-mirador conserva aún un raro aire de disipación y oferta de placeres; ahora la posada se alza caduca, como una belleza ataviada con sus más hermosas ropas de medianoche. El Palacio de la sede , con todas sus columnas y sus cúpulas, llega en perfecta simetría hasta las aguas y transforma de nuevo el río en el sereno caudal
Conforme uno se acerca al puente de la Torre, la autoridad de la ciudad comenzaba a imponerse: Los edificios eran más robustos, y amontonándose, alcanzaban mayores alturas. El cielo parece poblado de nubes más pesadas y más purpúreas, cúpulas que se hinchaban y los campanarios eclesiales, blanqueados por el paso del tiempo, se mezclaban con las chimeneas de las casas, en forma de lápiz, puntiagudas
Sigues avanzando y se oyen los rumores y el rugido de la mismísima Émona. Por fin, has llegado a ese grueso y formidable círculo de viejas piedras, donde el comercio es ingenioso e infatigable, puede detenerste a husmear o continuar avanzando hacia el centro de la ciudad. A medida que avanzas una fina pero imparable lluvia rocía incesante las calles de Lesbia, obligando a sus habitantes a tomar su habitual paraguas oscuro, las negras gabardinas y los botines para la lluvia. La lluvia se acompaña de una fría y molesta humedad, junto a una mortecina niebla, dando a la milenaria ciudad un aire de irrealidad y desasosiego. En las alturas, las enormes agujas de la torre de reloj principal marcan las doce de la noche, anunciando que un nuevo día acaba de comenzar.
Las tradicionales campanadas de la torre hacen que toda una bandada de palomas salgan despavoridas volando, en busca de otro refugio seco
De noche, el puente de Emon -que lo cruza- tiene una animación prodigiosa: Cuatro filas de carromatos variopintos, con diferentes destinos; calesas, volquetes, carretas, cualquier tipo de carruajes atestan la calzada, los caballos enseñan su magnificencia bajo sus relucientes arneses; las aceras están cubiertas de una muchedumbre apresurada, agitada, silenciosa y resulta, totalmente inútil intentar cruzar de una acera a otra.
Uno puede mirar estupefacto la afluencia de carrozas y ver como lesbia es una ciudad vieja, incluso las cosas nuevas son viejas.
Más allá, una posada de hinchados balcones-mirador conserva aún un raro aire de disipación y oferta de placeres; ahora la posada se alza caduca, como una belleza ataviada con sus más hermosas ropas de medianoche. El Palacio de la sede , con todas sus columnas y sus cúpulas, llega en perfecta simetría hasta las aguas y transforma de nuevo el río en el sereno caudal
Conforme uno se acerca al puente de la Torre, la autoridad de la ciudad comenzaba a imponerse: Los edificios eran más robustos, y amontonándose, alcanzaban mayores alturas. El cielo parece poblado de nubes más pesadas y más purpúreas, cúpulas que se hinchaban y los campanarios eclesiales, blanqueados por el paso del tiempo, se mezclaban con las chimeneas de las casas, en forma de lápiz, puntiagudas
Sigues avanzando y se oyen los rumores y el rugido de la mismísima Émona. Por fin, has llegado a ese grueso y formidable círculo de viejas piedras, donde el comercio es ingenioso e infatigable, puede detenerste a husmear o continuar avanzando hacia el centro de la ciudad. A medida que avanzas una fina pero imparable lluvia rocía incesante las calles de Lesbia, obligando a sus habitantes a tomar su habitual paraguas oscuro, las negras gabardinas y los botines para la lluvia. La lluvia se acompaña de una fría y molesta humedad, junto a una mortecina niebla, dando a la milenaria ciudad un aire de irrealidad y desasosiego. En las alturas, las enormes agujas de la torre de reloj principal marcan las doce de la noche, anunciando que un nuevo día acaba de comenzar.
Las tradicionales campanadas de la torre hacen que toda una bandada de palomas salgan despavoridas volando, en busca de otro refugio seco
Risknar- Admin
- Mensajes : 176
Fecha de inscripción : 17/07/2014
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